El autor nació en 1966, o sea que ahora ya está por arriba de los cuarenta años. Estudió biología y bioquímica y también periodismo, y como tal trabajó para el semanario Zeit y, según me explica la solapa del libro, ahora en Der Spiegel, como redactor médico y científico.
Bien ¿sirven estos datos para hablar con autoridad de un tema peliagudo? En principio podría decirse que sí… y por lo tanto me decidí a comprarlo ya que el tema me preocupa. Han aparecido tantas “enfermedades”, o fenómenos patológicos para decirlo de manera más general, nuevas que se justifica darle una ojeada a un libro sobre esta cuestión. Uno no puede confiar sólo en la información de la televisión, la radio o los diarios. Los periodistas que por estos medios nos informan, me temo que tienen demasiadas cosas que hacer y el resultado es que suelen repetir tópicos y verdades a medias, que también reúnen, a veces, la desagradable cualidad de ser mentiras totales.
Una ojeada al índice de un libro nos da una primera impresión. Si el índice está bien hecho y no es un requisito puramente formal (lo que lamentablemente muchas veces sucede) resulta un buen resumen del libro. Veamos éste (entresaco sólo algunos capítulos): “Una enfermedad llamada diagnósticos”, “La locura se convierte en normal”, “Psicofármacos en el recreo”, “El síndrome de la feminidad”, “Las nuevas inquietudes del hombre maduro”, “Los genes se convierten en el destino”, “Más sano de lo que se piensa”, y al final hay uno que me llamó especialmente la atención: “Doce preguntas para reconocer las enfermedades ‘inventadas’”.
Justamente el objetivo del libro es descubrirnos que muchas de las nuevas patologías son inventos, puros inventos fabricados por los laboratorios para facilitar sus estrategias comerciales.
Algo de esto creo que todos los seres racionales que sobrevivimos en este planeta ya nos olíamos. Todos, cuando pequeños, tuvimos nuestros encuentros desagradables en la escuela, y sí lo comentábamos en casa es posible que nos ignoraran o nos dijeran simplemente que teníamos que encontrar la forma de resolverlos. No sabían nuestros padres que éramos objetos de “acoso escolar” y si a alguna niña la perseguíamos para molestarla tampoco advertíamos que estábamos bordeando los peligrosos terrenos de la perversión sexista.
Por supuesto en el trabajo siempre existió el “mobbing” y lo practicaban con asiduidad y alegría todo aquel que podía hacerlo y que, además tenía los cables algo cruzados o buscaba un rédito personal por esa conducta. Nunca se nos hubiera ocurrido llevarlo a juicio. De la misma forma los niños no ingerían fármacos cuando se movían demasiado. Una simple bofetada bastaba. También los padres ignoraban que sus vástagos sufrían de hiperactividad y los maestros estaban más preocupados en que sus alumnos aprendieran a leer y a calcular, por lo que dejaban estos problemas en las siempre rápidas manos paternas. Ahora todo esto ha cambiado. Leía, no hace mucho, que en USA los niños de los parvularios tienen mucho cuidado en besar a las niñas por la fuerza y me imagino que la sexualidad de estos centros debe haberse puesto a muy alto nivel, dado que cualquier gesto puede ser interpretado como una señal de perversión o psicopatía.
Por lo tanto si los laboratorios se dedican a agitar un poco las aguas… del miedo, creo que lo tienen muy fácil. Y me atrevería a pronosticar que surgirán más y más dolencias nuevas, mientras las antiguas también reviven (como la tuberculosis) porque es señal de nuestros tiempos que lo nuevo no aniquila a lo viejo sino que todo se suma para mayor gloria de los especialistas.
Como bien dice el autor: “La medicalización de nuestra existencia tiene como consecuencia que las personas ya no estén contentas con su cuerpo, por lo que surge una medicina cosmética que no ayuda a los enfermos, sino que mejora a los sanos. Por eso algunos directivos norteamericanos ya solicitan la cirugía de bypass profiláctica. En la neurotécnica (una técnica que influye en el cerebro), se perfilan multitud de sustancias que podrían inducir a la autooptimización.” (Pág. 210)
Como nadie está satisfecho con lo que tiene, ya podemos imaginar el futuro de la medicina “mejoradora” que no es sólo reparadora, por supuesto.
Resumiendo. El libro no me ha emocionado, pero sí me ha confirmado ciertas sospechas y puede ser muy útil para aquellos que se sienten mal. Es muy probable que descubran que hay muchas variedades de esta situación universal, y que algunas, por lo menos, no merecen ni siquiera nuestra atención. ¡Hay cosas más importantes de que preocuparse!
Ficha Bibliográfica:
Blech(2003, Jörg Blech, "Los inventores de enfermedades. Cómo nos convierten en pacientes", Destino Col. Imago Mundi, Barcelona, enero de 2005, Tit.Orig: Die Krankheitserfinder. Wie wir zu Patienten gemacht werden
2 comentarios:
De acuerdo con todo, excepto con lo de la bofetada. Qué manía con añorar los viejos tiempos en los que se podía pegar impunemente a los niños. Eso nunca.
Me parece muy bien que manifiestes tu opinión. Pero como aludes a una línea de mi comentario te respondo que yo hablé sólo de una "simple bofetada" y no una tunda, una paliza o como quiera llamársele. Esto no significa "pegar impunemente" si por ello se entiende la paliza a la que aludía. Ahora sí, que si un padre (o madre) da una bofetada a un crío porque éste se ha puesto insoportable... tenga que ir a juicio o tener la policía en su casa, sinceramente me parece una exageración. Y cuando se exagera de un lado, la reacción también suele ser exagerada.
Dicho ésto considero que a los niños no se les debe pegar como norma general. La experiencia demuestra que niño que es castigado físicamente en demasía termina siendo un progenitor de la misma laya (además de ser inútiles esos castigos por acostumbramiento) Aquí cabe una enseñanza general que los medios de comunicación deben realizar, asesorados por quien corresponda.
Pero, insisto, llevar esta regla hasta el extremo (como suelen hacer nuestros queridos amigos norteamericanos) no es bueno.
Es mi opinión.
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