viernes, 16 de febrero de 2007

Lebor y los banqueros de Hitler


Los suizos tienen buena fama, sus relojes muy precisos, sus ciudades muy limpias, sus vacas relucientes… dan la impresión de ser un país de película, vamos, ¡de no ser de este mundo! Pero los suizos tienen, también, su lado oscuro: son humanos; y por lo tanto susceptibles de codicia, rapiña y olvidos interesados. Al fin de cuentas, como en una especie de ley de compensaciones, la extrema pulcritud por un lado se corresponde con la extrema inmoralidad por el otro. Y este libro que hoy comento trata de ese lado siniestro de un país, por demás atractivo en muchos otros aspectos de la vida cotidiana.

El libro tiene como subtítulo: “Cómo Suiza se aprovechó del genocidio nazi” y justamente trata de esos tratos non sanctus entre los banqueros suizos y la jerarquía nazi. ¿Por qué los nazis, otrora tan poderosos, necesitaban de un pequeño país neutral como Suiza? La respuesta está, entre otras, en la página 88 del texto: “…los francos suizos que recibían los nazis por el oro eran aceptados universalmente como una divisa fuerte, pues otro países eran reticentes a la hora de aceptar las barras de oro nazis.” ¿Y por qué muchos países sentían ese rechazo a algo tan valioso y a la vez tan neutro como el oro en barras? Simplemente porque era un oro robado, robado a los países invadidos, robado a las empresas y particulares alemanes confiscadas por su origen judío, robado, en última instancia –aunque no todos lo sabían, si se sospechaba- a las víctimas de los campos de concentración. Era oro de origen siniestro y por lo tanto para pagar las importaciones de material estratégico de Portugal, España, Rumania y otros países, los francos suizos resultaban mucho mejor recibidos.

En pocas palabras, los banqueros suizos se prestaban a lavar el dinero sucio nazi, a cambio de suculentas comisiones.

Pero no sólo eso, hay mucho más. Muchos judíos depositaron sus ahorros en bancos suizos antes de la guerra y el Holocausto: “Siglos de persecuciones y de pogromos en países como Polonia y Rusia, y un antisemitismo institucionalizado en Hungría ya habían persuadido a los judíos de la Europa oriental de que sus depósitos estaban bastante más seguros en Suiza, lejos de los inestables regímenes que podían, en cualquier momento, apropiarse de ellos. Además, sabían que si llegaba el día en que tenían que salir huyendo, no tendrían tiempo para negociar con la burocracia bancaria. Suiza parecía un santuario aislado en un continente en guerra…” (pág.30)

Y así sucedió como cuantiosos recursos afluyeron hacia los bancos suizos por su garantía de honradez y seguridad. No obstante luego, cuando llegó la persecución implacable, gran parte de esos depositantes desaparecieron en la noche y en la niebla del exterminio masivo, y sus herederos, aquellos pocos que quedaron, no tuvieron papeles ni nada oficial con qué demostrar la suerte de sus parientes. El régimen nazi no daba certificados de defunción, por supuesto. Así que sucedió que luego de la guerra grandes masas de dinero estaban depositadas en estos bancos con titulares desaparecidos… ¿y que hicieron los serios banqueros que administraban la solvente y famosa banca suiza? Pues… miraron para otro lado. Como dice el mismo texto un poco más adelante: “…los guardaron (los depósitos de los judíos) tan celosamente que durante décadas han rehusado devolverlos, con una clara actitud obstruccionista, mientras han seguido sacando provecho de una inyección libre de capital en sus bancos, capital depositado de buena fe por los judíos que tenían miedo de perecer, pero que conservaban la esperanza de que sus parientes, por lo menos, pudieran sobrevivir y heredar su riqueza. Las leyes del secreto bancario, promulgadas en 1934 –en parte para proteger los depósitos de dinero judío en los bancos suizos-, se han vuelto, por un giro macabro, contra los sobrevivientes de los tenedores de los depósitos, al evitar que vuelvan a ellos los fondos de las victimas del Holocausto. No se expedían certificados de defunción en Auschwitz, pero, con el más despiadado retorcimiento de la burocrática mentalidad de los banqueros suizos, sus empleados aún requieren a los familiares de las víctimas del Holocausto que intentan reclamar la riqueza de sus padres o de sus abuelos que presenten pruebas escritas de la muerte de éstos.” (Pág.30-31).

El libro, está actualizado, hasta 1997, y detalla las últimas reclamaciones y los acuerdos parciales, de fin de siglo, que han logrado que una proporción de estos fondos depositados hayan sido devueltos, pero aún quedan importantes flecos y sobre todo la sensación de aprovechamiento inmoral que la banca suiza hizo de hechos terribles por todos conocidos y documentados.

No obstante el autor no se olvida de señalar los aportes que hicieron ciudadanos particulares suizos para defender a las víctimas de la represión que lograron, por diversos medios, trasladarse al territorio suizo; pero el objetivo central del libro consisten en detallar las principales operaciones que, como balance final, hicieron de Suiza un importante peón en la estrategia nazi de dominio de Europa.

Ficha Bibliográfica:

Lebor(1997), Adam Lebor, "Los banqueros secretos de Hitler. Como Suiza se aprovechó del genocidio nazi", Ed. Grijalbo, Barcelona, 1998, pp.317, Tit.Orig: Hitler's Secret Bankers, Pockets Books, London 1997

1 comentario:

kakito dijo...

El problema de los Judios fue, que sabían que al negociar con Suizos,lo hacían con sus pares. Los Suizos fueron más rápidos.

De donde sacarfon los Judios, el oro, a propósito???? Cayó como mana del cielo, o del becerro de Oro?