Si alguien deduce de las líneas anteriores que Gilles me cae antipático, se equivoca. Me gustan los intelectuales franceses porque saben hablar de todo, y siempre con gran claridad. Es verdad que muchas veces se equivocan, pero ello está comprendido en el precio de venta; sólo que los de este lado de los Pirineos nos olvidamos del truco y tendemos a ser oyentes pasivos y repetitivos de lo que esta clase de ilustrados crean.
Hace muy pocos días tuve oportunidad de escuchar por Televisión un reportaje a G.L. donde él se explayaba con tranquilidad sobre nuestro mundo hipermoderno y sus cualidades diferenciales. En la misma entrevista aclaraba que sus libros no eran exactamente filosóficos (lo que estoy muy de acuerdo), ni tampoco sociológicos (lo que siempre intuí, aunque no me animaba a comentarlo). Afirmaba que a él le gusta escribir y que le resulta muy difícil clasificar sus textos dentro de las materias conocidas. Aprovecho entonces la coyuntura que me ofrece este escritor para insinuar que, en realidad, la mayoría, si no todos, de los intelectuales (incluyendo los “franceses”) no son otra cosa que “charlistas”, gente que le gusta hablar y que tienen el encanto del que sabe manejar los conocimientos para sacar de ellos conejos blancos, tortugas de ojos celestes y otros prodigios por el estilo.
No se entienda, por favor, que no digan cosas importantes. Sólo que éstas están tan mezcladas con sus prejuicios que a veces resulta difícil separar unas y otros. Cómo en realidad los envidio un poco (tanto por su popularidad, como por la facilidad que tienen para sacar conclusiones de todo), me gusta leerlos y saborear el placer del conocimiento adquirido por ciencia infusa, casi por derecho de casta, si se me permite decirlo. Cuando Lipovetsky escribe: “El hechizo del deber no es ciertamente una especificidad de la modernidad. Lo es, por el contrario, la afirmación de deberes obligatorios ajenos a los dogmas de cualquier religión revelada, la difusión social de una moral liberada de cualquier divinidad tutelar” (pág.28) a mi me encanta pensar que por fin entiendo en que se diferencia mi mundo postmoderno de los otros mundos del pasado. Es verdad que leyendo el párrafo anterior me asalta una duda: ¿Qué hay de los estoicos? Pero luego la descarto. Probablemente Lipovetsky también tuvo en cuenta mi duda y seguro que la descartó con rotundidad; nunca hay que dejar que un buen pensamiento sea sometido a pruebas propias de las tesis científicas, sería lo mismo que leer la poesía utilizando el análisis estadístico ¡una estupidez!
Veamos (ya que estamos) otro pensamiento del autor: “Si bien la liberación de las normas sexuales no equivale a un estado de jungla, es necesario precisar que no ha logrado suprimir las formas de la violencia y de agresión relacionadas con la vida sexual” (pág.63) Cualquier puede comprobar, leyendo el diario matutino, que esta observación es rigurosamente cierta; por lo tanto tenemos aquí una interesante descripción sociológica que, en pocos párrafos, apoyará una conclusión inesperada ¡He aquí la magia del intelectual! Capaz de convertir el bronce en oro sólo frotando un poquito lo que todos vemos, pero no reconocemos.
Tengo la sospecha que si algún lector de este caprichoso blog me ha seguido hasta aquí estará pensando que hoy me incliné, al contrario que en la mayoría de mis comentarios, por sacudirle al autor como si de un felpudo se tratara. Pues no, se equivoca mi hipotético y sufrido lector; a mi me gustan los intelectuales, y mucho más si son franceses (lo reconozco); pienso que escriben cosas interesantes y que me hacen pensar, casi siempre, en cosas que no se me habían ocurrido. Sólo me parecen peligrosos si uno cayera en la costumbre ibérica de considerarlos semidioses; en cambio, como “charlistas” son impagables, y recomiendo a cualquiera este libro si quiere pasar un buen rato. Eso sí, no es ciencia, ni filosofía, ni tampoco literatura; es una combinación muy equilibrada de un buen escribir, muchas lecturas heterogéneas, observaciones agudas sobre la realidad circundante, y una inevitable dosis de opiniones personales que todo el mundo tiene derecho a tener. Con estas aclaraciones, recomiendo a Lipovetsky para morigerar el malestar que en los tiempos que corren puede provocarnos escuchar a nuestros hirsutos políticos nativos (nada tan lejos de cualquier charla culta e inteligente)
Ficha Bibliográfica:
Lipovetsky(1992), Gilles Lipovetsky, "El crepúsculo del deber. La ética indolora de los nuevos tiempos democráticos", Anagrama. Colección Argumentos, Barcelona, 1996, 3ra. Edición, pp. 288, Tit.Original: L’éthique indolore des nouveaux temps démocratiques.
2 comentarios:
Gracias por publicar esto, fue muy útil y le dijo a una gran cantidad
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