¿No se mantienen en los pueblos iberoamericanos viejos rencores frutos de luchas de un pasado remoto gracias al discurso patriotero basado a su vez en una versión de la historia francamente parcial y subjetiva?
¿Y que sería de los árabes actuales sin el recuerdo omnipresente, gracias a sus historiadores, de viejas glorias políticas y militares que, a su vez, alimentan el rencor y fortalecen la teoría de la confabulación de occidente contra el Islam?
La lectura de este segundo libro de Emmanuel Sivam nos proporciona pistas muy valiosas para seguir la huella de los mitos actuales y sus raíces en viejos hechos históricos convenientemente modificados y exagerados. Para lograr este efecto perverso esta clase de historiadores no-científicos consideran que los hechos se repiten en diferentes épocas y que el análisis atento de los precedentes más antiguos dará el modelo que permita enfrentarse eficazmente con los desafíos modernos. Tomemos, por ejemplo, el caso de las Cruzadas, para los historiadores árabes, según Sivan el pasado es todavía presente, no por sus consecuencias, sino por su carácter cíclico: “…expresiones como “la historia se repite”, “la historia es una maestra que nos da lecciones sobre acontecimientos futuros” se repiten innumerables veces en los escritos árabes –de investigadores y publicistas- sobre las cruzadas. Y en un estilo más ampuloso: “Lo que ocurrió en Egipto en épocas pasadas nos instruirá sobre lo que en el futuro ocurrirá en el valle del Nilo”. A este tipo de cláusulas sucede generalmente un debate pormenorizado sobre que forma de actuar debe adoptarse contra Occidente (o Israel). Hay historiadores que adoptan un método más sofisticado. Reconocen que una reproducción idéntica de los sucesos del pasado es imposible, pero afirman que cuando se abordan las líneas generales del acontecer histórico, la referencia a las cruzadas es importante: escribe un investigador, Said Azur: “Las cruzadas son un inmenso acontecimiento que atesora en su interior muchas consecuencias y enseñanzas. Por ello es necesario trabajar y reflexionar sobre este tema una y otra vez, ahora y en el futuro, porque solamente así podremos evitar los errores de nuestros antepasados y sobreponernos a los obstáculos que el presente nos depara” (…) [y un poco más adelante Sivan constata] … El Estado de Israel –definido como asombrosamente parecido al reino latino de Jerusalén- es objeto de una atención especial, tanto por sus puntos fuertes (superioridad tecnológica, ayuda occidental) como por los débiles (territorio estrecho, falta de cohesión interior, poca inmigración).” (pág. 33-34)
Como se ve por las líneas anteriores no estamos pensando en una historia contemporánea, cuyo sentido, a juzgar por los autores más prestigiosos actuales no está en dar “enseñanzas” y en mostrar “el camino”; una historia que pretende ser científica por el uso de la documentación y la forma en que se llega a cuidadosas inferencias; historia que tiene un valor en la medida que permite comprender nuestro pasado, pero que ni mucho menos pretende construir mitos políticos o soluciones salvíficas; esta otra historia, es un entramado de hechos reales y otros imaginarios, de consecuencias probables y otras absurdas. Es una historia “sagrada” para adoctrinamiento de las masas y para el uso de políticos que justifican en hechos pasados su reaccionarismo visceral frente a los nuevos retos del mundo de hoy.
Pero, cuidado, esta visión milenarista de la historia no está limitada al Islam, también se la percibe en los discursos y razonamientos de un sector ultra en el cristianismo actual, y se encuentra presente en grupos de Israel, pertenecientes a un integrismo no menos radical, como bien establece el mismo autor: “…El parecido con la ultraortodoxia judía contemporánea no es casual, porque la preocupación central de ésta es una idea semejante: un “Estado basado en la ley religiosa”. A fin de cuentas, ambas religiones, el judaísmo y el Islam, se parecen mucho en la importancia que dan a la ley religiosa, es decir, a la formación del comportamiento, al contrario del cristianismo, en el que el acento recae en la teología, es decir, en la formación de la fe” (pág.248)
Como bien saben los sociólogos, no importa si una idea es verdadera o falsa; si es considerada como verdadera… será verdadera en sus consecuencias. Por lo tanto está fuera de todo interés político o social si se justifica, en el mundo contemporáneo, un sustento religioso a determinadas ideas sobre la regulación de la sociedades y las relaciones internaciones. Una vez que se ha creado un movimiento de opinión favorable o negativo, lo que cuenta es hacia donde se desplaza, con qué aliados cuenta y cuantas son sus probabilidades de alcanzar el poder. Una vez en él, puede durar muchas décadas, como lo demuestra el caso de Irán (¿quién recuerda ahora las preediciones racionalistas de que un sistema así, de rasgos tan medievales, tenía los días contados en una población que no parecía particularmente religiosa? o también, ¿quién recuerda aquellas ingenuas predicciones sobre Fidel Castro y sus sistema político, sobre que los cubanos no eran un pueblo donde el comunismo pudiera prosperar, dada su manera de sentir y comportarse?) La historia enseña sí, pero apunta con un dedo torcido; ya que si algo puede decirse que es una constante histórica es la bajísima capacidad de predicción de las calamidades futuras que tienen y han tenido los estadistas, los intelectuales y las masas. Por lo tanto habría que tener un poco de humildad y, más allá, de nuestro racionalismo europeo, considerar atentamente los signos de los tiempos y las señales de tormenta, cuando aparecen.
Hace ya un poco más de doscientos años que se han superado las fantasías de la ilustración premonitorias de la Revolución Francesa. Sería hora de darnos cuenta que el mundo es ancho y ajeno, y que la democracia y el progreso no son constantes históricas ni sociológicas; son, para decirlo con pocas palabras: “flores de invernadero”.
Un capítulo que me pareció muy atractivo es el nº 4: “Símbolos y Ceremonias”, en él se muestra como un investigador puede rastrear información significativa en cosas aparentemente triviales: sellos y catálogos filatélicos y el análisis de la iconografía en los billetes de banco de curso legal. Estos soportes vehiculan ideas y mitos, como por ejemplo se puede observar en las imágenes que contienen los sellos de Egipto y que remiten constantemente a un pasado faraónico y pre-islámico. Como dice el autor: “…la elección de estas ilustraciones no obedece sólo a consideraciones estéticas, sino que también es un acto políticamente consciente.” (pág.160)
Lo mismo se puede decir de las “fiestas” oficiales en los diversos países árabes, donde se observa la pugna de los nuevos Estados y sus partidos gobernantes por establecer una tradición laica, en oposición a la estrictamente religiosa. “Se trata –como escribe Sivan- de un esfuerzo consciente de “invención de tradiciones” (usando la acertada expresión del historiador inglés Eric Hobsbawm); esfuerzo que, en este caso, trata de transformar un Estado simplemente territorial (que a veces no es más que el resultado de una división colonial) en una “comunidad de recuerdo compartido” (community of memory), es decir, en un Estado-nación.” (pág.184)
Al finalizar cada capítulo se agregan las citas de éste y los autores mencionados; sólo lamento que no exista, al final de todo, una lista general de las obras consultadas (algo que facilitaría al lector un cotejo de las fuentes con otras obras de otros autores sobre parecidos temas), aunque sí, también hay que decirlo, lleva un índice de personalidades que es útil para localizar a tal o cual personaje que nos interese.
Un último comentario. El hecho de que el libro haya sido escrito hace casi 20 años no quita nada, en mi opinión, de su interés. Más aún, en la medida que en esa época no existía el ambiente creado post 11-S, resulta más interesante cotejar las opiniones del momento del autor, con los hechos sucedidos más de una década después. Y también se comprenderá como los comunicados de Al Qaeda no son elucubraciones de un loco maníaco sino que están perfectamente enraizados en las especulaciones e interpretaciones de los intelectuales de la izquierda nacionalista árabe combinada con la reinterpretación de los textos coránicos según una visión integrista y radical de la religiosidad musulmana.
Observo en la trayectoria de Saddam, desde el laicismo hasta la invocación al Islam frente a la invasión de EEUU, como se repite ese proceso de sincretismo polìtico y religioso. Probablemente no haya otra forma de hacer política en estos estados; pero el hecho cierto es que esa manera de hacer las cosas se pretende universalizar generando, una vez más, consecuencias políticas reales de mitos que en si mismos no parecen dañinos, sino algo ingenuos, infantiles, sólo aptos para consumo folklórico.
Bibliográfica:
Sivan(1988), Emmanuel Sivan, “Mitos políticos árabes”, Edicions Bellaterra, Bibloteca del Islam Contemporáneo, nº8, Barcelona, 1997, pp.348, Tit.Orig: Arab Political Mitos, Am Oved Publishers Ltd, 1988
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