En parte se comprende porque son libros densos y tratan de una problemática bastante ajena a estas tierras, pero tampoco hay que dejar de considerar el peso del prejuicio y de las opiniones de los mandamases literarios y políticos de este país. Solzhenitsin se granjeó la enemistad eterna de la izquierda hispánica, tan cerril y ultramontana como los del otro lado, gracias a las declaraciones que hizo en su visita a nuestro país en 1976. En síntesis vino a decir que: “Si nosotros gozásemos de la libertad que ustedes disfrutan aquí, nos quedaríamos boquiabiertos.”, aclarando que eso de trasladarse libremente de un lugar a otro, o tener fotocopiadoras, o hacer huelgas, o leer publicaciones extranjeras o irse del país, es algo que a los rusos ni por asomo se les ocurriría soñar.
Por supuesto sus impolíticas palabras vinieron a herir profundamente el narcisismo de la izquierda hispánica representada fundamentalmente por el PCE y sus círculos de serviciales “intelectuales” y periodistas. ¿Cómo es posible que venga un ruso expatriado a decirnos a nosotros que no sufrimos tanto como los que viven en el paraíso comunista? ¿Quién se ha creído este h. de p. para comparar grados de libertad entre el postfascismo franquista y los que viven en un mundo sin clases ni explotadores?
Con razón hay motivo para indignarse como aquel que escribió: “Creo firmemente que mientras exista gente como Solzhenitsin deberán existir los campos de concentración. Incluso deberían estar mejor vigilados para que personas como él no puedan salir” (Juan Benet. Cuadernos para el diálogo, 27 de marzo de 1976). ¡Bien dicho! Si duda. Un hombre así no merece que le demos ni la más ligera mirada a sus libros.
Personalmente considero que este episodio ya debería indicarnos que la lectura del denostado escritor debe ser interesante y que probablemente, aunque se equivoque (según nuestro parecer) no será de los hombres que acunen nuestra conciencia con severas críticas a los malos-del-mundo.
Ahora a sus 88 años, y en este mes, junio del 2007, (me vengo a enterar justamente por la decisión de hacer un comentario a un libro suyo), Solzhenitsin recibe el premio estatal de Rusia
Como hace ya bastantes años que no leo nada de este autor, puedo decir que consideré su lectura como una iniciación a sus ideas. Y también como una introducción a otra manera de pensar: supongamos por un momento que uno es un ruso “de a pié”, de infantería; que vivo (o malvivo) en Rusia y que me preocupa mi futuro sin terminar de entender como es que hemos llegado aquí, cómo se ha derrumbado todo tan silenciosamente como si, de golpe, nos hubiésemos quedados sordos. Y con esta perspectiva empiezo a leer: “...la privatización fue acometida en todo el país con la misma demencia ciega, con la misma precipitación destructora que la nacionalización en 1917-1918 y la colectivización en los años treinta. Solamente se había invertido el signo” (pág.35). “Todo este pillaje fue perpetrado en la sombra –el pueblo no se daba todavía cuenta de nada- y fue vivido como algo irremediable. El pueblo no midió de visu la amplitud de este saqueo (miles de millones de dólares se evaporaron en el extranjero)” (pág.39). “A medida que Rusia se debilita y se hunde en el caos, el Occidente civilizado oculta cada vez menos las intenciones que tiene con respecto a nosotros, y algunos enemigos jurados de Rusa, como Kissinger y Brzejinski, las han expresado con la mayor franqueza (“Rusia no tiene lugar” en el mapa del mundo) (pág.45). “En el terreno económico, se nos ha lanzado cabeza abajo, con una precipitación peligrosa, a la imitación del modelo occidental. Es un comportamiento con el que únicamente podemos perder, ya que se trata de cosas que resultan imposibles de copiar sin atravesar dolorosas fases de transformación. Además, es igualmente cierto que estas evoluciones deben realizarse de manera orgánica, en función de las tradiciones nacionales. Como dice nuestro proverbio: No va a ser la buena salud de mi vecino la que me cure. Hagamos lo que hagamos, Rusia no puede tomar prestado nunca un camino que resulte absolutamente idéntico al de Occidente” (pag.52).
Y así el libro desgrana la situación en que ha caído Rusia y como el saqueo interno es apoyado por los “amigos” externos y como el gobierno ruso ignora la situación en que han quedado sus compatriotas en las nuevas repúblicas independientes, abandonados a su suerte sin poder volver ni huir a ningún lado; convertidos de golpe en ciudadanos de tercera.
La verdad es que con que sea real sólo la tercera parte de lo que cuenta ¡que digo! La quinta parte, el 20%, de lo que cuenta, ya se justificaría la indignada diatriba de cualquier ruso que se preocupe por su tierra. Y que menos pedir que el lector haga el esfuerzo de tomar otro punto de vista y juzgar los acontecimientos desde una perspectiva nueva.
Quizá después… no tendremos más remedio que volver a la nuestra. Uno no puede ser todos, ni adoptar todos los puntos de vista, sin peligro de explosión, pero volver a lo nuestro comprendiendo que los demás no son demonios ni ángeles, es adoptar un sano escepticismo y relativismo. He aquí los efectos de una lectura abierta a todos los horizontes.
Ficha Bibliográfica:
Solzhenitsin(1998), Alexander Solzhenitsin, “El colapso de Rusia”, Espasa, Colección Espasa Hoy, Madrid, 1999, pág.287. Traducción del ruso César Vidal. Tit.Orig: Alexandre Soljénitsyne. La Russie sous l’avalanche”, Fayard, 1998.
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