Por un lado el estilo del autor me resulta pedantesco, germano, aburrido (“De nuevo nos vemos practicando “exploración del terreno”, como se llamara en su día a la Geografía [Erdkunde], aunque ya no en su rancio significado por cuanto ya no existe tampoco esa antigua Geografía antaño competente en lo tocante a la “naturaleza muerta”. La sentencia de Schiller, “con crudeza chocan los contrarios en el espacio”, vuelve por sus fueros, entra un buen chorro de materialismo en discursos tanto tiempo dando vueltas a simulacros y virtualidades”. (pág.16). Cuando leo estas cosas, en este estilo, llevo inconscientemente mi mano hacia la ventana, con la disposición de lanzar el texto hacia una calle más benigna… pero por suerte en ese caso me contuve y seguí leyendo. Resultó que una, vez superado el primer impacto, el argumento que expone Schlögel (también ¡que puede esperarse con ese apellido!) resulta de interés y poco a poco empezamos a ver las extrañas correlaciones temporales que describen los mapas y la ciencia que los sustenta.
“Junto a la temprana existencia de mapas, la presencia por doquier de representaciones del espacio hace patente su carácter de “necesidad antropológica fundamental”. Se encuentran mapas en forma de sitck charts hechos con palmas entretejidas entre los habitantes de las islas Marshall: los mejillones indican islas, las largas ramas combadas, corrientes. Se trata de cartas de navegación que permiten localizar islas y atolones. Casi se diría que fijan el conocimiento secreto de un pueblo marinero, ilegible e inaccesible a extraños” (pág.149).
Los mapas hablan del espacio, de un espacio humano que empieza a serlo con el mero hecho de dibujarlo. Espacio de apropiación, espacio de conquista, espacio de defensa. Los mapas murmuran, en idioma propio, cuando las líneas de las fronteras son líneas rectas, igual que cuando son sinuosas, o combadas en cierta dirección. El espacio cuenta la historia, y esto si bien sucede en todo plano, es en Europa donde cada mapa es una cantata de la lucha entre sus pueblos.
De eso trata el libro, y a medida que vamos dejando de lado el estilo (efecto que se produce por acostumbramiento, por reiterada frecuentación), aparecen en primer plano sus sugerentes ideas que nos seducen e invitan a una reflexión que, a buen seguro, terminará en algún mapa ya conocido por el lector y ahora remirado con nuevos ojos.
“Constantin Paustovski, el grandioso memorialista del grandioso decenio de la Revolución rusa, era de la opinión de que se podía leer el paso de la historia universal en la superficie de las aceras. Él lo sabía, porque sabía hacerlo.” (pág.272).
El embaldosado de las calles no habla sólo de materiales, sino también de tantas otras cosas que sólo descubre el paseante sin prisa y con capacidad de rastrear las huellas de los motivos humanos. Pienso que la lectura de este libro puede ayudar a este paseante ideal, y en cierta medida, acercar a su visión a los más normales: aquellos que usan el espacio para trasladarse de un lugar a otro, sin reparar en las huellas que van dejando.
Ficha bibliográfica:
Schlögel(2003), Karl Schlögel, “En el espacio leemos el tiempo. Sobre Historia de la civilización y Geopolítica”, Ediciones Siruela, Biblioteca de Ensayo 55, Serie Mayor. Traducción del alemán de J.L.Arántegui, Madrid, 2007, www.siruela.com, pp.558. Tit.Orig: Im Raume lesen wir die Zeit. Uber Civilisationgeschichte und Geopolitik.
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