Pues bien el autor nos cuenta la situación del Languedoc durante esos años terribles y con prosa clara y elegante recorre todos los aspectos sociológicos, políticos y religiosos que explican el surgimiento de la herejía cátara y su posterior desaparición.
Es muy interesante la descripción que hace del surgimiento de la Inquisición y de su paso desde la jurisdicción de los obispos a la orden de los dominicos y los padres franciscanos. En particular se comprende como los dominicos organizaron sistemáticamente la persecución de los herejes y fueron capaces de montar un sistema que dejaba pocos agujeros para escapar: “Liberados muy pronto de toda jurisdicción episcopal, los inquisidores gozaron de una independencia absoluta: no podían, mientras estaban en sus funciones, ser excomulgados o suspendidos sin mandato especial del Papa. En caso de conflicto con el obispo, decidían siempre en última instancia. Por otra parte, sólo ellos tenían el derecho de dar la absolución a los herejes que abjuraban. Enseguida levantaron una máquina policial a la que nada, en el pasado, se puede comparar. Tenían derecho para registrar en todas partes, en las mansiones burguesas y en los castillos, y hasta en las iglesias en que los herejes hubiesen podido hacer valer algún antiguo derecho de asilo. Sus gastos corrían a cargo del tesoro señorial o real, de lo bienes confiscados a los herejes o del producto de las multas (…) Añadamos que los obispos y párrocos estaban obligados asistirles en todas las circunstancias e incluso, en ocasiones, a ayudarles financieramente. Los magistrados, bailes, vegueres y, generalmente, todos los oficiales civiles, debían prestarles ayuda si lo requerían. Por último, los inquisidores disponían a menudo de una guardia personal y de gran número de agentes especiales encargados de protegerles y descubrir a los herejes.” (Pág. 125).
Los dominicos montaron una máquina de represión por arriba de las autoridades políticas y civiles que fue el modelo sobre el que se basaron posteriormente todos los regímenes dictatoriales, llegando su influjo hasta el siglo XX. Se puede rastrear en los procedimientos de la policía secreta estalinista o nazi las huellas de la experiencia medieval en la persecución de los herejes: “…la Inquisición disponía de una verdadera policía secreta a sueldo –los exploradores-, que se esmeraban en espiar, sorprender conversaciones y buscar a los fugitivos en bosques y cuevas, con ayuda de perros adiestrados para ese tipo de caza. (….) Los delatores de ocasión –que recibían una prima importante- siempre fueron numerosos, y rápidamente se hacían profesionales. La especie más temible era la de los cátaros expoliados, o los herederos despojados de su herencia por la herejía, que entraban al servicio de la Inquisición con la esperanza y por la promesa que se les hacía de que recuperarían sus bienes y serían definitivamente absueltos.”(Ibidem)
Los manuales que establecen los procedimientos inquisitoriales pueden servir a cualquier sistema totalitario que quiera establecer una férrea presión ideológica sobre sus ciudadanos. Es interesante recordar que, al igual que los acusados de traición en los famosos juicios estalinistas del 36 y el 37 los herejes no tenían abogados defensores. “Los concilios de Valence (1248) y Albi (1254) prohibían su presencia junto a los acusados, pues tendían por principio a “retardar la marcha del proceso”. Todo “defensor” era considerado como “promotor de herejía”. Cuando, excepcionalmente, aparecía un abogado, su papel se limitaba a aconsejar al sospechoso que confesara. Pues lo esencial era que el cátaro confesara y abjurara. Los inquisidores no establecían ninguna diferencia entre quien no tenía nada que confesar y quien no quería confesar. La confesión y la abjuración obligatoria terminaban el debate” (Pág.135). Quién mantenga en la memoria el procedimiento y las declaraciones de los famosos juicios contra la plana mayor del partido comunista y del ejército en Moscú, en el período mencionado, no puede menos que observar una tremenda coincidencia tanto en los argumentos manejados como en los procedimientos utilizados para establecer la verdad de las acusaciones.
Pero las coincidencias no terminan aquí. Es el mismo procedimiento de investigación que parece calcado: “El inquisidor hace comparecer ante él, adoptando un aire benevolente, pues no debe mostrar odio, al sospechoso o la sospechosa de herejía. A veces, interroga primero sin hacerle prestar juramento. Quiere llevarle así a decir la verdad y evitar el perjurio. El sospechoso, que no sabe lo que se espera exactamente de él, puede hacer revelaciones inesperadas. Y el inquisidor cuenta con ello (…) Después, el inquisidor manda a su casa al sospecho, le deja algunos días de reflexión y le cita de nuevo para declarar, esta vez bajo juramento. Si el acusado no se presenta, se lanza inmediatamente una orden de arresto a todos los oficiales de justicia (…) Puede sorprender que la Inquisición, tan terrible por otra parte, no haya usado con más frecuencia la detención preventiva y dejara al culpable, entre dos citaciones, el tiempo material de preparar su huída (…) Pero si no respondían a ella, [las personas sospechosas] eran condenadas ipso facto como herejes, aunque no se hubiera podido probar nada contra ellas. Se trata a menudo de nobles o ricos burgueses cuyos bienes habrían sido confiscados si no comparecían…” (Pág.131)
La trama estaba bien urdida y así se explica como poco a poco la herejía es extirpada por medio del soborno, la cárcel, la expropiación y cuando es evidente, la hoguera.
El libro investiga en las causas de la herejía, en el gran desasosiego de la época donde crecen en las ciudades nuevos grupos con creciente poder económico a la par que se fortalece la monarquía centralista francesa, mientras la Iglesia clama por el control absoluto de los espíritus y de la cultura. Un mundo complejo donde nada es lo que parece, y dónde cualquier expresión de descontento no tenía otra forma de expresión que la religiosa, ocultando toda clase de tramas de otro carácter.
Un libro que merece releerse con ojos contemporáneos. Como dice el autor al terminar su libro: “La vida cotidiana de innumerables cátaros no tendrá significado más que en tanto existan inquisidores para encender las hogueras y herejes para sacrificarse en ellas al Espíritu. Solamente desde ese punto de vistan siguen, unos y otros, de actualidad. Las víctimas presentes se encuentran con las del pasado; las resucitan. En cada persecución, son los mismos verdugos, los mismos mártires los que se reencarnan. En verdad, las vidas efímeras de los hombres circulan en el Hombre.” (Pág. 233).
Ficha Bibliográfica:
Nelly(1969), René Nelly, “Los cátaros del Languedoc en el siglo XIII”, José J. de Olañeta Editor, Colecc. Medievalia. Palma de Mallorca, 2002, Pág.246. Tit.Orig: La vie quotidinne des cathares du Languedoc au XIIIe. Siècle. Hachette, Paris, 1969.
2 comentarios:
Análisis muy lúcido.Yo ahora estoy leyendo Europa en la Edad media de Duby,y tengo este libro en mente en cuanto termine con el anterior.
Una pregunta: si se ha leído el libro de Paul Labal (a mi juicio magistral)sobre el catarismo, ¿merece la pena leer el de Nelli? ¿Aporta algo nuevo al de Labal o es la misma historia contada de otra manera?
Gracias y saludos.
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