Todo el mundo conoce a Tomas Moro, aunque más no sea por su obra “Utopía” donde muestra un mundo en el que las costumbres son muy distintas, y que ha dado lugar al uso de ese vocablo para significar aquello que es muy bueno, y sin embargo irrealizable. Moro fue un hombre importante, Lord Canciller y Consejero personal de Enrique VIII terminó enemistado con el inquieto y mujeriego monarca y luego de ser encerrado en la tétrica Torre de Londres, tras varios meses temiendo el suplicio, perdió su cabeza el 6 de julio de 1535. Una cabeza muy dura, ya que se negó a oír las súplicas de su familia para que secundara los caprichos reales, consejos que tenían la certeza de que si se retractaba se le concedería el perdón; más a ello no accedió. A consecuencia de ello Tomás Moro alcanzó, en la plenitud de su existencia de hombre rico y poderoso, la santidad y la gloria eterna; y ahora nosotros podemos leer su vida en un texto muy documentado que nos ilustra no sólo sobre la vida de Moro y sus amistades (gran amigo de Erasmo, el otro gran humanista del siglo), sino también sobre el Londres del siglo XV y XVI con gran lujo de detalles.
Era una época de poca salubridad, mucha iglesia y una clara y rígida estratificación social. La sociedad inglesa, obviamente, eran tan diferente a las actuales que para comprender al hombre necesitamos conocer sus circunstancias con necesario detalle: “Tomás Moro iba al colegio de San Antonio, en Threadneedle Street. Las clases comenzaban a las seis de la mañana y, en invierno, se habría llevado consigo su propia luz de vela” (pág.33). La enseñanza escolar en su infancia y juventud era intensa e incluso los hijos de las familias más ricas estaban sujetos a una disciplina que asombraría a los pedagogos actuales: “La jornada comenzaba a las seis de la mañana y duraba hasta las seis de la tarde, en invierno y en verano, con dos intervalos de una hora (a veces dos) para el desayuno por la mañana y para la cena al atardecer. Había plegarias durante la mañana y durante la tarde, por supuesto, cuando a los salmos que imploraban la misericordia de Dios les seguían salmos por los muertos […] En tales escuelas, se requería a los alumnos que conversasen en latín los unos con los otros […] Sin embargo, para los alumnos más jóvenes, ésta no era necesariamente la única forma de instrucción. Era importante que supiesen leer y escribir en su lengua materna, aunque sólo fuera porque las oraciones más elementales y los devocionarios estuvieran escritos en inglés […] Los jóvenes escolares de San Antonio tenían también que aplicarse, a una edad relativamente temprana, en el estudio de otra disciplina, el “arte de cantar”. […] se les enseñaba asimismo el arte de la deliberación en un estadio posterior de su educación, pero siempre había una conexión formal entre la oratoria y la armonía musical; de modo similar, el examen de la notación y de la proporción métrica proporcionaba una introducción básica a las matemáticas” (pág.37)
Una época de gran mortandad donde aproximadamente el 20 por ciento de los compañeros infantiles de Moro morían a causa de las pestes y enfermedades que asolaban periódicamente Londres. Una época de gran religiosidad que resulta difícil imaginar ahora. Incluso para observadores contemporáneos, visitantes del continente, la intensa piedad y religiosidad de los habitantes londinenses les parecía admirable. Esto es clave para comprender la figura y las aparentes contradicciones de Moro; hombre del renacimiento por amigos y preferencias culturales, pero enraizado profundamente en una Edad Media que no había terminado, y a pocos años del gran terremoto que provocó Lutero cuando Tomás Moro estaba en la cúspide de su poder político.
Las descripciones de Ackroyd son coloridas y nos permiten imaginar como era la vida en el Londres fin de siglo XV. Tomemos por ejemplo la misa: “El sacerdote entra, junto con sus ministros y los monaguillos, y se detiene frente al escalón del altar mientras los demás toman su posición acostumbrada para el ritual; entonces sube al altar y se inclina frente al mismo mientras entona una oración. Después del oficio y los Kiries, el sacerdote inciensa el altar y luego levanta las manos para proclamar Gloria in Excelsis. Así comienza la misa. Los fieles de la nave están separados de estos ritos por una mampara ornamentada; no pueden ver más que gestos vagos y escuchar palabras masculladas en un idioma que la mayoría de ellos no comprende. De los asistentes no se espera que participen, ni tan siquiera que entiendan la misa; tienen sus propias oraciones y rezos, con una particular atención otorgada a las horas de la Virgen, los salmos de penitencia y los oficios por los muertos. La misa era de alguna manera un ritual secreto, y el hecho de estar en parte oculta le otorgaba un mayor poder; se afirmaba que las oraciones y las bendiciones de la misa tenían una eficacia misteriosa y sus palabras no se traducían a la lengua vernácula por miedo al mal uso que pudiesen darle las brujas o los “hombres maliciosos”. La hostia era un talismán mágico del que se decía que podía curar enfermedades, devolverle la vista a un ciego y actuar como amuleto de amor. Aquellos que viesen la elevación del Santísimo Sacramento no padecerían hambre, o sed o mala fortuna aquel día. La Eucaristía se mostraba a algunos londinenses rebeldes de Fleet Street como una manera de sofocar los disturbios. Existía un inexpresable elemento de maravilla y atrocidad en una ceremonia que traía el cuerpo y la sangre de Cristo a la tierra una vez más; en un mundo de misterio y milagros, éste era el mayor misterio de todos.” (pág.166)
No podemos entender a los hombres de la época sino no hacemos el esfuerzo de sumergirnos en la época de que se trata. ¡Cómo revivir la cólera de Moro frente a Lutero, sin conocer su profunda piedad que lo llevó a usar camisa de esparto debajo de sus lujosas ropas de cortesano! ¡Cómo evaluar al hombre que era simultáneamente capaz de promover la educación de las mujeres, (y así lo practicó con sus hijas), y quemar herejes protestantes en la hoguera, sin conocer su poderosa inteligencia unida a una mentalidad típicamente medieval!
Su vida, sus triunfos y su caída voluntaria muestran un mundo tan complicado como el nuestro y tan sujeto a incertidumbres y reformas como el actual. Una lectura atenta y varias relecturas posteriores pueden hacer que el lector salga de su ilusión que “ahora-vivimos-una-crisis” totalmente inédita en el mundo. Esta perspectiva histórica no sí tendrá consecuencias prácticas, pero seguro ensanchará nuestra conciencia a nuevos límites.
Ficha Bibliográfica:
Ackroyd(1998), Peter Ackroyd, “Tomás Moro”, EDHASA, biografía, http://www.edhasa.es Barcelona, diciembre 2003, pp.647. Tit.Orig: The life of Thomas More.
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