Witold Gombrowicz nació en Polonia en 1904 y murió en Francia en 1969, fue un escritor enraizado en su país y que pasó por un largo exilio, parte del cual se dio en Argentina (de 1939 hasta 1963). Este libro autobiográfico recoge sus impresiones desde 1953 hasta poco antes de su muerte.
En realidad no es un propiamente un “diario” tal como estamos acostumbrados. Sus capítulos fueron siendo publicados en la revista mensual Kultura (editada en París y contrabandeada con éxito en la Polonia de posguerra, es decir en la Polonia comunista), por lo tanto no es un texto fruto de la necesidad del escritor de dialogar consigo mismo, sino que responde a un proyecto literario y político, con características de ensayo filosófico y sociológico, y que puede parecerse más bien a una novela de ensayo que a un cuaderno de apuntes para uso propio.
Las peculiaridades del vida de Gombrowicz y su obra pueden leerse en cualquiera de los diferentes artículos que sobre él existen en la Red, por lo que me concentraré en su libro tal como puedo yo apreciarlo.
Es un libro extenso, sus más de ochocientas páginas no se leen de un tirón, y además no creo que fuera bueno hacerlo, ya que al poco tiempo se nos instalaría una monotonía que haría muy dificultosa su lectura atenta. Y es que muchas de las reflexiones de Gombrowicz resultan muy ajenas a la sensibilidad de un lector español o latinoamericano. El autor vive en Buenos Aires, pero a veces da la impresión que está sentado en una nube… que por casualidad pasa por el sur del continente americano. En realidad su espíritu reside casi permanentemente en su Polonia natal, y en las desgracias circunstancias de su martirizado país; para el cual el fin de la segunda guerra mundial no represento la vuelta a la libertad. Una situación paradójica, si se piensa que al fin de cuentas la segunda gran guerra empezó por Polonia, y por la resistencia de Gran Bretaña y otras democracias occidentales a verla bajo la bota prusiana. A pesar de ser Polonia la causa final de la guerra, el fin de ésta no la benefició en nada y pasó, sin solución de continuidad, de un régimen nazi a uno soviético, mientras las potencias europeas y EEUU miraban púdicamente hacia otro lado.
Algo que explica muy bien Gombrowicz: “… la diferencia entre el intelectual occidental y el del Este consisten en que al primero no le han dado bien por el c…” (pág.32), así que a buen entendedor pocas palabras bastan.
Muchas de las reflexiones de este escritor siguen teniendo una triste vigencia; allí radica, según lo veo, la importancia de este extenso y a veces difícil (por sus referencias nacionales) texto. Como cuando escribe un poco más adelante: “La crisis intelectual que estamos atravesando no debemos achacarla necesariamente a la desconfianza hacia la fuerza de la razón, sino más bien al hecho de que su radio de acción sea tan insignificante” (pág.57) También puede dejar muy pensativo al lector inteligente estas reflexiones que Gombrowicz escribe con la esperanza de que puedan ser leídas en su lejano, para él, país: “¡Libertad! Para ser libro no sólo hay que querer ser libre, hay que querer ser libre sin exageración. Ningún deseo, ningún pensamiento llevado demasiado lejos conseguirá oponerse a los extremismos…” (pág.135) Si alguien encuentra en estos pensamientos alguna relación con la realidad actual, entonces es muy probable que el libro le interese más allá de las circunstancias en que fue pergeñado.
También el escritor se detiene en algunos momentos para analizar el país que lo acoge, y los escritores, sobre todo muy jóvenes, que alrededor de él se reunieron. Comenta la realidad intelectual argentina con bastante sarcasmo. Habla de Victoria Ocampo y la revista Sur, de Borges (“probablemente el escritor argentino de mayor talento, de una inteligencia agudizada por los sufrimientos personales…”) y de los personajes instruidos con los que tenía oportunidad de tratar: “¿cuáles eran las posibilidades de entendimiento entre yo y aquella Argentina intelectual, estetizante y filosofante? A mi me fascinaba, en este país, lo bajo y eso eran las alturas. A mi me encantaba la oscuridad de Retiro, a ellos las luces de París. Para mí, esa silenciosa, no confesada juventud del país constituía una vibrante confirmación de mis propios estados de ánimo, ésa fue la razón de que Argentina me sedujera como una melodía o como el anuncio de una melodía. Ellos no veían ahí ninguna belleza. Y para mi, si había en Argentina algo que alcanzaba la plenitud de expresión y podía imponerse como arte, estilo y forma, ese algo se manifestaba solamente en las fases tempranas del desarrollo, en el joven, y nunca en el adulto (…) Pero ellos no veían en esto ninguna ventaja, y esta elite argentina parecía más bien una juventud dócil y diligente, cuya ambición fuese aprender cuanto antes de la madurez de los mayores…” (pág.200).
Pero Gombrowicz no se detiene, salvo en algunas páginas dispersas, en la tierra donde se encuentra. Su alma está allá lejos, y lo escribe con rotundidad: “Volvamos a los asuntos polacos… Prefiero divertirme con mis enemigos antes que destruirlos. Siempre he hecho lo posible por divertirme con los enemigos, incluso en aquellas épocas en que me hacían la vida absolutamente imposible” (pág.482)
Y así todo el libro; no se espere un final con moraleja. Las descripciones, como la de la reunión del Pen Club en Buenos Aires, valen por si mismas; como notas rápidas tomadas por un espectador que conoce el paño y no se deja engañar por la niebla de las palabras oficiales: “Oh, pero no es Borges quien me irrita, con él y con su obra yo llegaría a entenderme de alguna manera cara a cara…, lo que me irrita son los borgianos, ese ejército de estetas, cinceladores, expertos, iniciados, relojeros, metafísicos, sabihondos, sibaritas… “Este artista puro tiene la desagradable capacidad de movilizar en torno suyo todo aquello que hay de más mediocre y castrado!” (pág.671).
Es un libro para llevarse de viaje. Uno de esos largos viajes en tren, en el que podemos disfrutar de la lectura y de los paisajes que van pasando por la ventanilla (si tenemos la suerte de estar en un vagón donde no nos molesten los imbéciles que hablan por teléfono móvil y cuentan a todo el pasaje sus minúsculas y vulgares impresiones personales).
En 1963 escribe ya desde Berlin, y resulta muy interesante como la cercanía a su amado país, que sigue siendo de tan difícil acceso, modifica sus pensamientos y permite pensar más en la Argentina que mientras estuvo en ella: “Si Argentina me cautivó hasta tal punto que (imposible dudarlo ahora) yo estaba profundamente y para siempre enamorado de ella (y a mi edad no se lanzan semejantes palabras al viento oceánico), convendría añadir sin embargo que, aunque me mataran, no sabría decir qué es lo que me sedujo en esa pampa tediosa y esas ciudades vulgarmente burguesas. ¿Su juventud? ¿Su “inferioridad”? (Ah, ¿cuántas veces me vino en Argentina la idea, una de mis ideas capitales y más excitantes, de que “la belleza es inferioridad”?) (…) Argentina era sin embargo algo cien veces más rico ¿Vieja? Sí. ¿Triangular? También. Y también cuadrada, azul, pero asimismo ácida en espiral, amarga, es cierto, pero también interior y un poco como el brillo de unos zapatos, como un topo, o un portal, también tipo tortuga, cansada, ensuciada, como el hueco en un árbol o un abrevadero, simiesca, carcomida, perversa, sofisticada y aficionada a los sándwiches, parecida al empaste de una muela…” (pág.683)
Es cuestión de gustos… y a mi Gombrowicz me gusta. Además comparto algunas de sus reflexiones, quizá porque yo también conozco algo de Argentina ya que allí estuve durante varias décadas. Lamento no conocer Polonia y su intrincado idioma; quizá así podría comprender mejor a Witold y a muchos de sus pensamientos. De todos modos algunos son tan claros que podrían ser considerados como universales: “El trato con el pasado es un continuo esfuerzo por atraparlo, es llamarlo incisamente a la existencia…, pero como lo desciframos gracias a los rastros que nos ha dejado, y estos rastros dependen del azar, del tipo de material en que han llegado hasta nosotros, frágil o menos frágil, de distintos accidentes ocurridos en el tiempo, ese pasado sólo puede ser caótico, casual, fragmentario…” (pág.805).
En síntesis, no es un libro que recomendaría a todos los lectores de este blog; ni siquiera a aquellos que se han sentido estimulados por los pequeños fragmentos que aquí he trascripto. Como digo hace unos párrafos, es cuestión de gustos… sólo que para saberlo hay que probarlo; eso sí, con tiempo y sin prisa, porque de otra manera lo único que haríamos sería liquidar una interesante tarea antes de empezarla.
Ficha Bibliográfica:
Gombrowicz(1988), Witold Gombrowicz, "Diario (1953-1969), Seix Barral, Biblioteca Gombrowicz, Traducción del polaco por Bozena Zabocklicka y Francesc Miravitlles, Barcelona, 2005, www.seix-barral.es, pp.862, Tit.Orig: Dziennik
1 comentario:
Caballero Brigantinus: Ha sido un placer conocer su blog y leer sus acuciosos puntos de vista acerca del Diario de W. Gombrowicz. Reciba usted un abrazo cordial desde Texcoco, Estado de México.
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