Lo menciono sin reparos porque si a alguien le interesa es posible que pueda localizarlo; sea porque la editorial, u otra, ha hecho una nueva edición, sea porque exista algún ejemplar en una librería de viejo; o también se pueda encontrar, en el vasto espacio de Internet, donde cualquier cosa imaginable tiene su refugio.
Mary Catherine Bateson (http://es.wikipedia.org/wiki/Mary_Catherine_Bateson) tuvo la fortuna de tener unos padres muy poco comunes: Margaret Mead, la conocida antropóloga (1901-1978) (http://es.wikipedia.org/wiki/Margaret_Mead) y Gregory Bateson (1904-1980) el no menos conocido investigador que desde la conducta de los delfines hasta la naturaleza de la esquizofrenia (me refiero a sus trabajos realizados en Mental Research Institute de Palo Alto, California, USA) siempre vagabundeó por los temas más dispares. (ver http://es.wikipedia.org/wiki/Gregory_Bateson).
Con unos padres tan extraños y poco convencionales no es entonces difícil escribir un libro con anécdotas divertidas. Lo interesante de este texto es que Mary Catherine ofrece una imagen de sus progenitores que, por lo íntima, no puede dejar de llamar la atención al lector que alguna vez ha trabado conocimiento con ellos.
Al hojear el libro mi mirada cayó sobre un tema fascinante, sobre todo porque pareciera que en la España actual ha quedado completamente desfasado, antiguo: “las buenas maneras”. Esa clase de rituales y costumbres que nuestra generación decidió que no tenía ya ninguna importancia y que nuestros hijos y nietos han recibido en cuotas mínimas y fragmentadas. Pues bien, como decía, mi mirada cayó sobre las siguientes líneas: “Mi madre consideraba importante la buena conducta porque le permitía a uno elegir y le abría las puertas. No bastaba la capacidad de adaptarse a distintos ambientes; también era importante conocer los usos consagrados por la sociedad en general, poseer las aptitudes necesarias para conducirse con propiedad y observar esas formas por respeto a los demás. No todos los hogares que visitábamos observaban buenos modales en la mesa, pero Margaret quería que yo los asimilara como un hábito. Cuando nos enviaban una invitación a una boda, yo pasaba horas borroneando hojas de papel satinado color crema hasta lograr una respuesta formal bien diagramada. Cuando planificamos mi boda, consultamos cada detalle en el libro de etiqueta de Emily Post andes de decidir si aplicaríamos sus recomendaciones o no.” (pág.72).
Me dejó sorprendido este párrafo que tenía totalmente olvidado. Luego, al repasar otras páginas me di cuenta que este libro merecía una relectura. Gregory Bateson, en concreto, influyó mucho en mí décadas atrás, y revisarlo con los ojos de su hija es una tarea que no debo dejar sin cumplir. Es posible que muchas de sus opiniones hayan quedado desfasadas; actualmente lo genético ha cobrado una importancia desconocida en los años en que ellos investigaban, y los científicos tienden a buscar las raíces de la esquizofrenia en algunas proteínas locas o algún gen gamberro que ha olvidado parte de sus funciones vitales; pero no se trata sólo de revisar opiniones e hipótesis cuando se relee a investigadores ya desaparecidos; por sobre esas consideraciones uno se encuentra con una manera de abordar los problemas, una actitud racional e imaginativa, que sigue siendo válida, independientemente de que cada época le dé una respuesta diferente.
Ficha Bibliográfica:
Mary C. Bateson (1989), Mary Catherine Bateson, “Como yo los veía. Margaret Mead y Gregory Bateson recordados por su hija”, Editorial Gedisa, Barcelona, 1ra. Edición 1989, pág. 212. Tit.Orig: With a Daughter’s Eye.
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