Ernst Jünger es una gran escritor en lengua alemana. Nació en 1895 y murió, a los 102 años, en 1998, dos o tres años más (según se cuente) y Jünger habría vivido en el espacio de tres siglos. Su pasaje activo por dos guerras mundiales, sobre todo la primera, ya lo convierten en un hombre con una suerte excepcional. Según mis cálculos (nada precisos pero que pueden dar una idea aproximada), este hombre ha tenido la misma suerte de alguien que se gana el premio gordo de la lotería cada mes, durante cuatro años seguidos. Como puede suponer cualquier mortal de nuestra época… esto es casi imposible. Y Jünger lo hizo.
Si alguien piensa que exagero, por favor, que se tome el trabajo de leer atentamente el libro que lo hizo famoso, que es el que hoy comento, y que me diga después sus conclusiones.
Este libro está compuesto por tres escritos: Tempestades de acero, El bosquecillo y El estadio de la guerra de 1914. Los tres, sobre todo los dos primeros, forman una unidad y describen en primera persona como fue la guerra de trincheras y como capeaban la situación los soldados alemanes que en ellas se encontraban. Por supuesto el autor no las pasó indemne: “Cuando uno se aburre en la cama procura distraerse de múltiples maneras. Así, en una ocasión pasé el tiempo haciendo un recuento de mis heridas. Prescindiendo de pequeñeces comos los rasguños y las contusiones producidas por balas de rebote, mi cuerpo había retenido al menos catorce proyectiles que dieron en el blanco, a saber: cinco balas de fusil, dos cascos de metralla de granada de artillería, un balín de shrapnel, cuatro cascos de metralla de granadas de mano y dos cascos de gradas de fusil; contando las entradas y salidas me habían dejado veinte cicatrices. En aquella guerra en la que ya se disparaba más a los espacios que a los individuos había conseguido que once de aquellos proyectiles dieran en mi cuerpo.” (pág. 36)
Pero más allá de su suerte increíble está el hecho descarnado, cruel, absurdamente dilapilador de la contienda, que Jünger es un maestro de la narración. Por otro lado, también un perfeccionista y a diferencia de otros autores, siguió corrigiendo su libro publicado varias veces, aunque sin alterar lo esencial de ellos. En la versión de 1935 (la primera se publicó en 1920), ya con Hitler en el poder, “eliminó del libro su retrato, la reproducción facsimilar de su firma, la dedicatoria y los prólogos que habían figurado en todas las ediciones anteriores; extirpó, además, todos aquellos elementos que pudieran dar pie a su aprovechamiento por los nazis y agregó frases que hacían imposible su obra para éstos. Un verdadero y peligroso desafío.” (de
La lectura de “Tempestades de acero” estremece, inquieta, y obliga pausarla para poder absorber correctamente un mundo tan terrible y extraño. Leerlo me llevó más tiempo del pensado, y aún así considero que he corrido demasiado y que dentro de un tiempo me obligaré a releerlo más despacio aún. No tiene nada que ver con las películas, o los documentales que hemos visto sobre la primera guerra mundial. Estamos habituados, por así decirlo, a la visión de las trincheras embarradas, de las ratas colgadas en hileras por soldados ociosos, o de los campos destruidos y con una panorámica lunar, pero es como observar la vida en un museo de cera. Puede darnos una idea de lo que sucedió, de cómo vestían los personajes, de cómo eran sus cacharros habituales y las poderosas armas que usaban, y nada más. Tampoco un libro puede transmitirnos todo lo que sucedió. Más de los medios que tenemos a nuestra disposición para recrear el pasado un buen libro escrito por un testigo, sigue siendo irreemplazable y el vehículo más confiable para transportarnos al pasado que elegimos.
Sinceramente parece imposible que el ser humano pueda vivir en una guerra así (no ya ganarla, que esto es algo que escapa a la inteligencia de los participantes en esta ceremonia de la muerte); cómo se puede sobrevivir atravesando una barrera de bombas que explotan continuamente en un fuego continuado que dura horas y horas. Cómo se puede llegar a predecir la caída del proyectil que está dirigido hacia nosotros, y cómo el cuerpo y la mente reacciona cuando la probabilidad de salir indemne es infinitesimal.
Por eso digo que el libro no debe leerse rápidamente, es una falta de respeto hacia los que murieron, es casi obsceno no detenerse luego de cada párrafo y darse cuenta de lo que significan las palabras que acabamos de leer. No es un libro para entretenerse, aunque también lo logra; no es un libro para historiadores, aunque también enseña (por ejemplo la lucha en y dentro las trincheras es difícil de imaginar para un hombre de nuestra época); es una ayuda a nuestra imaginación y a nuestra capacidad de emocionarnos por algo que no vivimos en primera persona. En pocas palabras, considero que debe ser leído con respeto.
Y para terminar selecciono un párrafo que no es más llamativo que otros, pero quizá sirva de aproximación al futuro lector:
“Por todas partes cruzaban apresuradamente la noche y el fuego tropas que iban a relevar a otras y tropas que habían sido relevadas. Muchas de ellas se encontraban totalmente desorientadas y, a causa del nerviosismo y del agotamiento, lanzaban gemidos. En medio de todo aquello resonaban llamadas y órdenes, así como los prolongados gritos de socorro, que se repetían monótonamente, de los heridos perdidos en el campo de embudos. Yo proporcionaba informaciones a los soldados desorientados cuando pasaba corriendo junto a ellos, sacaba a unos de los agujeros abiertos por las granadas, amenazaba a otros que querían tirarse al suelo, gritaba constantemente mi nombre para mantener agrupados a todos los míos, y así conseguí, como por milagro, que mi sección retornara a Combles.” (pág. 108)
De la edición Tusquets nada que objetar, excepto, quizá, la ausencia de un mapa que pudiera orientarnos en las principales batallas que se describen. Algo recomendable para futuras reediciones.
Ficha Bibliográfica:
Jünger(1920), Ernst Jünger, “Tempestades de acero”, Tusquets Editores, Tiempo de Memoria, www.tusquetseditores.com, 2da. Edición, marzo de 2008. pp.448. Basada en el texto de las Obras completas de Ernst Jünger. Títulos originales: In Stahlgewittern, Das Wäldchen 125, Kriegsausbruch 1914, Ernst Klett Verlage GmbH u Co. KG, 1983.
Traducción del alemán de Andrés Sánchez Pascual.
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