martes, 25 de marzo de 2008

Y. Ogawa. La fórmula preferida del profesor


Yoko Ogawa nació en Okayama (obviamente Japón) en 1962, en esa época donde la URSS y EEUU se peleaban por Cuba y los misiles; y en 1986 comenzó su oficio de escritora, según cuentan las crónicas. El lector, entonces, debe prepararse para encontrarse con un autor japonés, con su manera especial de escribir que es igual que la nuestra... pero con un sabor peculiar, difícil de precisar (por lo menos para mí); algo que está entre la ingenuidad y la crueldad o entre la objetividad científica y una fuerte subjetividad apasionada, sin por ello ocupar ningún centro previsible. Lo lamento... no se explicarme mejor. La autora describe una relación singular entre un profesor (y genio) de las matemáticas que a raíz de un accidente automovilístico queda condenado a tener una memoria de los hechos cotidianos de sólo 80 minutos (aunque conserva perfectamente el recuerdo de los hechos anteriores al trauma), su sirvienta y el hijo de ésta, un niño de 10 años.
Con estos mimbres se teje una pequeña novela (para los estándares actuales) publicada en una cuidada edición, con una letra digna y un papel que da gusto ojear, y todo esto por un precio tan módico que resulta difícil de creer. Evidentemente Yoko no cobra grandes derechos de autor y los propietarios de la "Editorial Funambulista" son gente discreta que no pretende hacerse rica con esta profesión (aunque también ha ayudado una subvención de la Japan Foundation). Lo destaco porque aunque secundario para elegir un libro es sin embargo algo que debe agradecerse si uno no ha perdido, con las prisas cotidianas, el respeto por una obra bien hecha.
El libro trata de las matemáticas, pero que nadie se asuste, en general son sencillas y nadie está obligado a pensar en ellas para dar un examen. Por otro lado no es la cuestión principal sino la actividad alrededor de la cual se cocina una relación de tres muy humana y cálida, sin que medie en ella ningún interés práctico concreto; lo cual (y ahora caigo en ello al escribir estas líneas) no deja de ser en si mismo un elogio propio de un matemático.
El estilo de Ogawa es plano, sencillo, incluso prolijo en los detalles; como si quisiera reducir la tensión emocional de la narración hasta un nivel de lectura de periódicos, y la perspectiva de la historia resulta de la visión de la sirvienta, madre soltera y doméstica apacible sin pretensiones de ninguna clase. Pero hilando fino el lector puede sentir que es difícil que las relaciones que se describen sucedan, así, en un país occidental. Japón está omnipresente aunque invisible. "Los dependientes nunca ponían mala cara, aunque no gastáramos ni un solo yen y nos pasáramos largos ratos en sus locales. Al decirles que buscábamos un Yutaka Enatsu, nos traían todos los que tenían en la tienda, y al vernos desilusionados, sin haber podido encontrar nuestro codiciado objeto, nos decían palabras de ánimo. En la última tienda que visitamos, después de atendernos sobre lo que estábamos buscando, incluso nos dieron un consejo." (pág. 256).
El libro me hizo acordar otro, también excelente, que comenté en este blog hace tiempo. Me refiero a "El tío Petros y la conjetura de Goldbach", de A. Doxiadis. Ambos no deberían faltar en nuestra biblioteca, si consideramos que ella debe abarcar no sólo temas actuales sino también... los eternos.
Ficha Bibliográfica:
Ogawa(2003), Yoko Ogawa, "La fórmula preferida del profesor", Editorial Funambulista, www.funambulista.net Madrid, febrero de 2008, pp.297 Tit.Orig: Hakase no aishita sushiki, Sinchosha Co., Ltd, Tokyo

4 comentarios:

David García dijo...

Hermosa cultura, tan lejana y diferente, pero que con el horizonte tecnológico en la proa y avanzando, cada vez estrechamos más vínculos y vamos desdibujando la imaginaria línea que nos separa (no deja de ser una paradoja que cada vez saludemos menos a nuestro propio vecino). Si lo has comparado con "Tio Petros y...", libro que me tragué en un par de sesiones de lectura y diciendolo planamente: me encanto, me veo en la obligación de agregarlo a mi lista de busca y captura para mi próxima incursión a la librería.
La fórmula de la portada del libro de Ogawa, por cierto, muestra una fórmula que me pone los vellos de punta, y no puedo dejar pasar si en los estratos de su novela, Ogawa ha dejado escondido algún tesoro o guiño para los que amamos a los números como amamos a las letras.
Gracias amigo Brigantinus.

CAROLINA MENESES COLUMBIÉ dijo...

Gracias por comentar este libro, cuando leí tu post anterior no sabía si era algún libro sobre cómo abordar el estudio de las Matemáticas o una novela. Y ya que estamos, ¿podrías también comentar el de Donna León?

Un abrazo y reitero mi opinión sobre tu blog: muy bueno.

Brigantinus dijo...

Gracias Carolina por tus comentarios tan favorables como inmerecidos ya que estas entradas al blog sólo tienen un carácter subjetivo (amateur, no profesional) y no pretenden otra cosa que dejar constancia de lo que pensé al terminar un libro. Tarea que me facilitará (así lo pienso), cuando luego de un tiempo más o menos prolongado lo relea... darme cuenta de cuanto he cambiado de opinión.
Naturalmente el otro objetivo del blog consiste en facilitar el conocimiento de los libros que se publican en nuestra lengua.
Siempre agradezco un consejo de alguien conocido cuando entro en una librería. ¡Hay tanto! que elegir (fuera de los autores que uno ha incorporado como de la familia) que resulta azarosa la selección. Leyendo las solapas todo libro parece excelente... ¡No queda más remedio que leer páginas salteadas y eso lleva tiempo! Lástima que han desaparecido las librerías que tenían sillas, a disposición de los clientes, para hojear con tranquilidad :-(
Ahora el libro es una mercancía más y si bien se ha abaratado comparativamente con otros bienes que representan un parecido esfuerzo, también hay mucha paja ... eso sí ¡bien vestida!
Comentaré el de Donna León que ya he terminado y que, como todos los demás de esta autora, no me ha decepcionado.
Brigantinus

Javier Cercas Rueda dijo...

Una madre soltera con un hijo de 10 años despierto y sensible asiste a un anciano solitario y enfermo con la memoria debilitada. Una historia con todas las papeletas para convertirse en sensiblera y pringosa que, sin embargo, es convertida sabiamente por la escritora en un homenaje convincente a la amistad, la generosidad y la preocupación por los demás.

Lo que realmente nos hace felices está al alcance de la mano, parece decirnos, y no tiene nada que ver con las posesiones sino con descubrir al otro y darnos. Y esto se cuenta de una manera amable, sencilla y positiva.

Pasan pocas cosas pero no aburre en ningún momento. Hay detalles de matemáticas, pero bien traídos y sin ofuscar al no especialista. El anciano tiene una autonomía de memoria de 80 minutos y se pega papeles en la chaqueta (si han visto Memento, de Christopher Nolan, pues eso), pero el amor puede traspasar hasta esa limitación, el amor de su juventud o el afecto por un niño.

Un libro que recomiendo sin ninguna reserva.