viernes, 9 de febrero de 2007

Beevor. París

Anthony Beevor es un escritor muy conocido. Sus libros de historia se han vendido en todo el mundo. Su pasado de militar, oficial del ejército británico, y su residencia en Francia, donde obtuvo el galardón de Caballero de las Artes y las Letras otorgado por el gobierno de este país, lo habilitan para escribir sobre un tema entrañable a los hispanohablantes, el período de post guerra en la Francia liberada. Una época confusa de colaboracionistas castigados y resistencia que emergía escindida ideológicamente. La época de Sastre, Camus, Malraux, Hemingway, Picasso, García Márquez, el existencialismo, el poderoso y omnisciente partido comunista francés, el Plan Marshall, De Gaulle, las purgas salvajes, el inicio de la guerra fría; en fin, todos los personajes conocidos y míticos que pueblan el imaginario de las personas cultas que aún se mantienen con vida.

En este libro Beevor se asocia a su esposa, Artemis Cooper, la cual tampoco es manca para escribir. Además de diversas publicaciones cuenta con la baza de su abuelo, primer embajador británico en París luego de la guerra, y por lo tanto en este libro se han utilizado sus diarios privados y papeles inéditos que permiten mostrar hechos hasta ahora poco conocidos.

Un aspecto intrigante, descrito en el libro, fue la rapidísima recuperación cultural francesa luego de la ocupación nazi y la colaboración de parte de la sociedad francesa con la ideología invasora. Como cuentan los autores en el prólogo: “Desde un principio nos ha intrigado otro aspecto de esta historia: de manera casi inmediata tras la ignominia de la ocupación, y en medio de la dilapidación y la pobreza de 1945, a París apenas le costó difundir su posición de superioridad cultural. La agitación de las ideas provocada en Saint-Germain-des-Prés tras la represión engendró un entusiasmo extraordinario con independencia del hambre que pudiesen haber pasado durante la ocupación los habitantes del barrio. El que nos ocupa fue el período con el que aún sueña todo estudiante extranjero que pasea por el Quartier Latin, partiendo del Café Flore o el Deux Magots, mientras trata de evocar las discusiones que entablaron los existencialistas en las cafeterías o la imagen de Juliette Gréco entre el humo condensado en algún local abierto en un sótano. París era a la sazón la Meca intelectual del mundo, si bien el sentido de superioridad favoreció la aparición de una soberbia desmesurada cuando la elite intelectual progresista comenzó a considerarse una casta sacerdotal en el ámbito de la causa que defendían los teóricos de izquierda.” (pág.VIII).

Otro tema que también trata el libro y que quizá sea el que más nos toca en la actualidad es el surgimiento de la relación de amor-odio entre Francia y EEUU. Esta situación de aceptación de los productos culturales yankis por un lado, sobre todo en la juventud del momento, como el rechazo que en los intelectuales de izquierda origina la potencia dominante de EEUU tomó en esa época sus signos más distintivos y tuvo consecuencias duraderas que no se han atenuado: una ambivalencia siempre contestataria que ha encontrado en los movimientos radicales islámicos un paradójico sustituto de la ideología de izquierda socialista en la que los intelectuales franceses y sus imitadores, especialmente latinoamericanos, se atrincheraban.

Un libro bien hecho. Útil para quien busque profundizar en una época ya finita, pero que es el inmediato antecedente de la actual. Ahora le toca a los nietos de aquellos defenderse de otros peligros e intentar construir una cultura quizá menos utópica pero en cualquier caso deudora de los aportes de los hombres y mujeres en las difíciles circunstancias de la reconstrucción de Europa en la post guerra.

Para terminar no viene mal transcribir una reflexión que se encuentra en la página 169:

“La dictadura de la clase intelectual progresista de posguerra constituye un fenómeno fácil de explicar, pero difícil de justificar. Desde que los enciclopedistas de mediados del siglo XVIII alentaron la idea de que los pensadores debían guiar a las masas a la salvación, las posturas revolucionarias y anticlericales han generado su propia forma de arrogancia espiritual. El jacobinismo, verbigracia, no sólo ensalzaba la convulsión política y dotaba así a la violencia de cierto halo romántico, sino que consideraba la Revolución como una entidad con vida propia: un monstruo terrible al que había que adorar.”

Ese “monstruo” sigue existiendo aunque con distintos ropajes. En cualquier caso siempre se trata de lo mismo: se convierte una idea en una entidad material y suprapersonal, y a partir de allí se intenta subordinar la vida de un pueblo a los dictados de ésta, interpretados por una cohorte de sacerdotes que interpretan los gestos mudos de la supuesta entidad. La “nación”, la “patria” o la “religión” son los monstruos que más se prestan a esta tarea de dedificación. Sin embargo no son los únicos; por lo tanto toca a nuestra generación discriminar entre tantas cosas nuevas, los viejos signos del paternalismo totalitario.

Ficha Bibliográfica:

Beevor(1994), Antony Beevor y Artemis Cooper, "Paris. Después de la liberación: 1944-1949", Crítica, Colec.Memoria, www.ed-critica.es, Barcelona, 2003, pp.385, Tit.Orig: Paris after the Liberation: 1944-1949.

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