Manteniendo su estilo, popular sin ser vulgar, esta vez nuestro escritor suizo, y afincado en Londres, indaga en el impulso que nos lleva, a la mayoría de los humanos, a querer tener un lugar apreciado en cualquier grupo social en el que estemos; no importa si es la cámara de diputados, un foro de Internet, o un grupo de presos, siempre es mejor estar en el centro, o cerca de él, que en la periferia.
Pero este deseo, muy humano insisto, lleva aparejado un importe desgaste energético y emocional. Dado que a todos les gusta estar en el centro, éste es un lugar bastante apretado, y se requiere poner en juego tanto cualidades especiales como una voluntad (consciente o inconsciente poco importa) para luchar por él.
¿A que se debe ese interés por el “centro”? (interés que también se da, por otra parte, en el tablero de ajedrez). Siendo uno conocido (famoso) y gozando del acceso fácil a los recursos del grupo se obtiene una mayor sensación de libertad y control sobre los demás. Probablemente este impulso esté grabado en algún gen importante del ADN humano, y si bien hay gente que deserta de estar allí o simplemente se encoge de hombros y sigue su camino, estos individuos marginales no hacen verano… a menos que luego se vuelvan conocidos por algo que han hecho, lo cual, paradójicamente, los devuelve al “centro” por un camino que se alejaba de él.
Sobre este tema Botton desgrana sus razonamientos con el auxilio de su bagaje filosófico y cultural. Analiza tanto las diversas situaciones posibles, como los caminos que diferentes personas han utilizado para concitar la admiración de sus semejantes; y también considera el aspecto oscuro (o también podríamos llamarlo “el coste”) de esos esfuerzos: “Si nos angustia pensar en el fracaso, ello se debe a que sólo el éxito proporciona un incentivo fiable para que el mundo nos muestre su buena voluntad. En ocasiones, un vínculo familiar, una amistad o una atracción sexual puede hacer innecesarios los incentivos materiales, pero sólo un imprudente optimista confiaría en esas divisas para satisfacer regularmente sus necesidades. Los seres humanos no suelen sonreír si no tienen razones contundentes para hacerlo” (pág.113).
Como se ve por la cita anterior Botton enfoca la cuestión desde una perspectiva naturalista, o mejor dicho, realista. Y es una perspectiva que me resulta muy próxima, en la medida en que yo también, en mi modesta proporción, trato de entender lo que sucede antes de aplicarle juicios éticos o filosóficos; lo cual, no lo niego, puede ser una perspectiva muy discutible para aquellos que argumentan que no hay forma de poner entre paréntesis los “valores” en cualquier análisis de lo humano. Pero a pesar de estos aviesos comentarios, sigo creyendo en las virtudes un enfoque neutral y la lectura de los libros de este autor me afirman en la sensación que es posible entender sin criticar; aunque ello requiera un gran esfuerzo de voluntad y un gran amor por la verdad tal como se despliega ante nuestros sentidos.
“Como era de esperar, cuando se investiga, el ideal moderno de estatus elevado deja de parecernos natural u otorgado por Dios. Aparece como una evolución que surge de los cambios sufridos por la producción industrial y por la organización política iniciada en Gran Bretaña en la segunda mitad del siglo XVIII y que posteriormente se extendió por Europa y Norteamérica. En entusiasmo por el materialismo, el carácter emprendedor y la meritocracia que inspiran a los periódicos y programaciones televisivas (“Las ideas dominantes de cada época siempre son las de la clase dominante”) reflejan los intereses de quienes llevan las riendas de un sistema en el que la mayoría se gana la vida.
Esta comprensión no elimina milagrosamente cualquier tipo de incomodidad que pueda surgir del ideal de estatus. El mismo tipo de relación existe entre dicha comprensión y muchas de las dificultades de la política, que entre un satélite metereológico y las crisis climáticas. No siempre puede predecir los problemas pero, por lo menos, puede enseñarnos gran cantidad de cosas para abordarlos mejor, disminuyendo considerablemente la sensación de persecución, pasividad y confusión” (pág. 231)
Llegado este punto el lector de este blog me perdonará la pequeña trampa que le tendí al principio de este comentario. La búsqueda del estatus no tiene una raíz biológica, tal como se descubre investigando en la historia, y no está en nuestro ADN por más que algunos crean que es un impulso universal y que siempre acompañó la suerte humana.
Una de las cosas más interesantes que encontré en este libro es ésta conclusión… que nos invita a meditar sobre lo que somos y lo que podemos ser en condiciones históricas determinadas. Como yo también tenía la tendencia a pensar que eso del estatus estaba ligado a la naturaleza humana es que me permití esta pequeña travesura de llevar al lector desde un punto de partida habitual hasta la extraña conclusión del autor: que nuestras emociones están trabajadas desde la más tierna infancia para admirar lo “admirable” socialmente hablando, pero que en otras épocas… las cosas eran algo diferentes. En cambio en el ajedrez el centro es valioso por razones puramente objetivas, geométricas se podría decir, y no tiene nada que ver con la evolución y la historia que es nuestro marco de desarrollo típicamente humano.
Espero que mi razonamiento no le lleve a mi amigo lector a una mayor confusión. En todo caso que lea el libro de Botton y luego ya me contará lo que piensa.
Nota: dejo constancia de la horrible portada del libro. Reconozco que ella sola fue suficiente obstáculo para que tardara meses en leerlo. No me daba ningunas ganas de tomarlo. Un cero para el diseñador (Pep Carrió y Sonia Sánchez, perpetraron a dúo, según parece, este adefesio).
Bibliografía:
Botton(2003), Alain de Botton, “Ansiedad por el estatus”, Taurus, www.taurus.santillana.es Madrid, febrero de 2004, pp.325.Traducción de Jesús Cuellar. Tit.Orig: Status Anxiety
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